El 24 de enero ante Los Angeles Clippers consigue 46 puntos, incluyendo 9 triples, siendo su récord personal en tiros de tres puntos, y además se convierte en el primer jugador de la historia en anotar 40 puntos a todos los equipos de la liga. Primer jugador en la historia de la NBA en alcanzar 30 000 puntos, 10 000 rebotes y 10 000 asistencias. Sus 2,06 metros de altura le convertían en un jugador total: jugaba de base y dirigía el juego del equipo, pero a la vez podía anotar en la pintura aprovechando su físico. SKIMS Mens se lanzó el 26 de octubre y presenta tres colecciones de artículos esenciales para el día a día con el canadiense Shai Gildeous Alexander, jugador del Oklahoma City Thunder, como imagen principal. El primero es el cínico de la holgazanería; el segundo, el hipócrita del dolce far riente. El primero no oculta su tendencia a la; vagancia, sino que por el contrario la fomenta con sendos baños de sol; el segundo acude a su trabajo, no trabaja, pero hace como que trabaja, cuando lo puede ver el jefe, y luego «se tira a muerto» dejando que sus; compañeros de deslomen trabajando.
Luego ingresó a una oficina, descubrió con su instinto de parásito cuál era el hombre más activo, y se apegó a él, de modo que teniendo que hacer entre los dos un mismo trabajo, en realidad éste lo hiciera, Micamisetanba por¬que tan lleno de errores estaba el trabajo del que «se tira a muerto». Todos me¬ditando en los letreros latinos que se ofrecen con profusión a la vista del público. Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una bruje¬ría de encanto que no muere, que no morirá jamás. Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra. Esa gente aprende idiomas, se interesa por las llamadas lenguas muertas y se regocija contemplando los cartelitos de los árboles. En cambio, esos individuos que podrían tomarse por solemnes vagos, y que puede ser que lo sean, a la sombra de los árboles empollaban su haraganería y florecían en meditaciones de manera envidiable. Y el éxtasis que tal lectura parecía producirles, debía ser infinito, ya que los dos individuos, completamente quietos como otros tantos Budas a la sombra del árbol de la sabiduría, no movían el rastrillo ni por broma.
Pero yo he descubierto que eso debe ser puro macaneo, o macaneo libre de gente que necesita escribir un libro, y, sobre escribirlo, venderlo. Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. La gente que frecuenta el Jardín Botánico está gorda por la influencia del latín. Allí don¬de otro pobre diablo se habría hundido para siempre en la cárcel, en el deshonor y la ignominia, el ciudadano Corcho encontró la triquiñuela de la ley, la escapatoria del código, la falta de un procedimiento que anulaba todo lo actuado, la prescripción por negligencia de los curiales, de las aves negras, de los oficiales de justicia y de toda la corte de cuervos lus¬trosos y temibles. Con meridiana claridad que nos envidiaría un académico o un con¬feccionador de diccionarios, acabamos de establecer la diferencia funda¬mental que establece el acto de «tirarse a muerto», con aquel otro adjeti¬vo de «squenun».
Y como esta intención está apoyada por el rotundo y fatídico anun¬cio de «me tiro a muerto», nadie protesta. El sujeto que anunció tal determinación, acabadas de pronunciar las palabras de referencia, se queda tan tranquilo como si nada hubiera ocu¬rrido; los otros lo miran, pero no dicen oste ni moste, el hombre acaba de anticipar la última determinación admitida en el lenguaje porteño: Se tira a muerto. ¿El que «se tira a muerto» es un hombre que después de tantas cavi¬laciones llegó a la conclusión de que no vale la pena trabajar? El que «se tira a muerto», ya ha nacido con tal tendencia. No. No se «tira a muerto» el que quiere, sino el que puede, lo cual es muy distinto. El «hombre que se tira a muerto» hace como que trabaja. En la es¬cuela era el último en levantar la mano para poder pasar a dar la lección, o si le conocía las mañas al maestro, levantaba el brazo siempre que éste no lo iba a llamar, camiseta michael jordan creyendo que sabía la lección. Con un rastrillo en la mano mira¬ban el letrero de un árbol.
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